No no no. No era sangre. Sí era una de esas sustancias vitales de las que la gente habla... pero no, sangre no. ..
Miro mi remera indiferentemente. Justo debajo del viejo corazón, el líquido ese, -sospechoso, amoratado, fluoresente- resbala por entre la C y la O de mi gráfica protesta social. Sangre no, -¿cómo sangre?- eso solo lo tienen los mortales y los enamoradizos, -los disparos al corazón a mí me producen cosquillas-, las hemorragias letales son para los justos y piadosos... los seres como yo comemos niños en el desayuno y en las noches nos reímos de la segunda guerra mundial. La sangre no nos brota con sutilezas tan triviales... amor y alegría son un par de leyendas tan lejanas como Sodoma y Gomorra, no tenemos tiempo de preguntarnos si alguna vez existieron o con qué alimento se deben de acompañar. Los seres como yo no conocemos a tan fluído personaje, conocemos la pus y las larvas, el alcohol y el cigarro, el dos-tres y el mal... sangrar es un lujo reservado a los que no tienen nada que ganar.